viernes, 2 de febrero de 2024

DOS DE FEBRERO 1970

Aún recuerdo como ese día, yo... de trece años, estaba más feliz que nunca y que ninguno, porque había convencido a mi padre que me llevase con él y mis dos hermanas mayores a aquella legendaria tierra del Lago Titicaca, su tierra, nuestra tierra; para que ellas postulacen, finalmente, a la UNSA, Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa.
Sin ser consciente de que me estaba embarcando en la separación más dolorosa de todas...: la separación del hogar, del dulce hogar amado que era mi madre Elvira, mis hermanos y mi terruño, Santiago de Chuco, en el departamento de La Libertad, norte del Perú.
Sufrí lo indecible.
Es un destino humano abandonar el hogar y/o la patria; ya sea para casarse e irse a formar otra familia, o para conocer el mundo... o..., por muchos otros motivos..., como aquel que me tocó vivir...
Mas, quienes más sufren esta separación son los padres, sobre todo la madre con quién el vínculo es más patente, ella es nuestro primer nido... Pero cuando nos vamos, todavía no comprendemos ese dolor que les causamos -a nuestros padres- al abandonarlos. Sin embargo..., es la ley de la vida...
¿No será porque existe ese otro dulce hogar..., el último..., eterno y sagrado del Amor Divino que nos llama a todos sin distinción?
Si bien, esta separación física de los padres o del terruño es inevitable..., no debería serlo psíquica ni espiritualmente...
Técnicamente, dejar o cortar ese vínculo solo debería significar que hemos crecido y estamos aptos a tomar las riendas de nuestra propia vida..., bajo la mirada protectora y amorosa de los padres y viceversa... Es lo menos que podemos hacer para cumplir con nuestro dharma fraterno.
Hay que poner amor en todo y a todo.
Hoy por tí, mañana por mí... Está en el decálogo universal...
Así que no hay que confiar de guiarnos por la ingratitud.
Luego de esa separación vinieron otras para mí, con los mismos actores y con la misma fuerte intensidad... Cuando tuve que abandonar Estocolmo, por ejemplo, o cuando tuve que abandonar a los hare hare... Con ellos fue que comprendí que aquellos apegos debían ser transformados en desapegos..., porque cuando nos vamos de este mundo lo ideal es que no suframos por lo o los que aquí se quedan.
Mucho para reflexionar...
Hasta me acordé de mi amigo Oscar Laínez... y su exilio... Cuando en uno de aquellos enfrentamientos en la guerra de su patria El Salvador, la cruz roja de Suecia le salvó la vida, a él, un guerrillero, y lo exilió en Estocolmo... donde nos conocimos (en 1990)... No había pasado mucho tiempo... y él ya estaba temiendo el desexilio... del que hablaba el escritor uruguayo Mario Benedetti (1920-2009), y que también le tocó vivir cuando terminó la guerra y se firmó la paz...
¡Qué vida la nuestra!
¿Han escuchado del desexilio?

Menudo tema también. 










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